23 junio 2006

Julio Anguita y la Iglesia, entre fiesta y fiesta

Rubricadas con una cena, cosa ineludible en cuanto nos juntamos más de tres villeneros hablando de desfiles, se dieron por terminadas las Entrefiestas de este año. Ahora, como Sísifo, vuelta a trabajar para la Villena que existe del 4 al 9.

Cuenta Julio Anguita en “Corazón Rojo”, su biografía cardiaca publicada el año pasado, que otro ilustre paciente, Carlos Cano, compartía con él una visión de Andalucía contraria a los tópicos. Dice el cordobés del gaditano que “él pertenecía a una Andalucía que yo adoro, la morisca, la de cuchillo cachicuerno, gumía recortada, muy telúrica, y por lo tanto lorquiana”, y concluye con una tajante sentencia del cantaor: “hay una Andalucía que baila y otra que piensa”.

El Califa Rojo llega a dibujar la frontera geográfica de las dos Andalucías: “compartí con él ese gusto por la parte más interiorizada de la región que se da en Córdoba, en Granada, en una parte de Jaén y en otra de Málaga y Almería. Eso no quiere decir que tenga nada en contra de la Andalucía luminosa en la que me encuentro muy bien, pero la otra me arrastra”.

Algo así me pasa a mí. Hoy en día de las Fiestas me interesa más el número anual de la revista Villena o los artículos de José Fernando Domene, que la entrada de nuevos capitanes y alfereces; incluso saboreo mejor las actas del Congreso del 74 que el cantueso y las pastas Cuétara de la dianas. Así que no se extrañarán si les digo que me parecen imprescindibles las jornadas Entrefiestas.

Las fiestas de Villena tienen identidad propia, son el referente de una forma de ver la historia y el folclore, y esto no es casual. Las nuestras son (y uno descubro nada) unas fiestas participativas, democráticas, abiertas, igualitarias; mientras que las de otros lugares son elitistas y diferenciadoras de estatus y pedigree. Aquí los anquilosados sólo consiguieron retrasar unos años la incorporación de la mujer a la fiesta, algo que nos parece mentira a estas alturas de la vida y de la provincia de Alicante, y eso de tener que esperar unos años para desfilar no se entiende como ánimo festero.

En alguna medida todo esto se debe a figuras (imposible no acordarse de Alfredo Rojas, José María Soler o Vicente Prats), que en los setenta reflexionaron desde un punto de vista progresista sobre nuestras fiestas, que entendieron los festejos como una manifestación actual de un pueblo y no como una verdad pretérita cuyas bases muchas veces son anacronismos o forzamientos históricos. Es más, ese espíritu, me parece a mí, es el que prevalece actualmente entre los participantes de la fiesta villenera, Calaco aparte.

Pienso yo que en este pueblo no entenderíamos bien declaraciones como las de José Cascant, vicario de Alcoy, que ante la polémica de un padre que ha presentado a su hija como participante en el sorteo para ser Sant Jordiet se ha opuesto bajo el argumento de que “sería tan chocante como que una niña recibiese la primera comunión de marinerito”. Digo yo que este señor, por cura y carca, ya debería saber que en el Misteri d’Elx, acto sacro declarado Patrimonio de la Humanidad, todos los personajes, incluido el de Virgen María, están representados por niños desde hace 500 años.

Frente a este tipo de cura castrense adscrito a la frontera interior de la fiesta aquí tenemos sacerdotes lagartijos como Ginés Pardo que se anima a proponer que la figura de la Mahoma no forme parte de las fiestas: para ello sólo tiene que hacer mención del Concilio Vaticano II. Igualmente somos muchos los que nos preguntamos porqué una chica no puede ser capitán o alférez o por qué pervive la figura de la madrina, herencia de ese pasado en el que era la única forma de participación femenina.

A algunos les parecerán grandes cambios, pero las Fiestas de Villena, por muchos ajustes que vivan, no variarán un ápice en su sentido esencial de participación social total: mayores y pequeños, ricos y menos ricos, hombres y mujeres, autóctonos y foráneos.

Mantener esa identidad, junto al reto de conseguir que unas fiestas tan exitosas y participativas no se tornen anárquicas (ese “cambio de actitudes” que se reclamó en las conclusiones), son los desafíos que deben afrontar los festeros venideros, esos que dibujan una frontera entre el folclore pretendidamente tradicional y la alegría de un pueblo que se reconoce entre sí y convive con su historia.

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