Estas cosas hay que decirlas aunque luego te llamen demagogo o buitre carroñero. Va en el oficio semanal de escribir lo que uno piensa y va en la responsabilidad del director de este medio permitir que así sea.
Leo a Vicente Rambla, portavoz de Generalitat Valenciana, referirse al descarrilamiento de la línea 1 del Metro de Valencia como "un accidente fortuito debido a un error humano; el tren circulaba a 80 kilómetros por hora cuando debía ir a 40". Después escucho la sentencia del vicepresidente Víctor Campos: “ha sido un error fatal, desgraciado, y nada más". Pero sí que hay algo más.
Al igual que es cierto que el accidente sobrevino al superar la velocidad que especifica Rambla, también es verdad que la infraestructura de la línea es antigua, la tecnología obsoleta y el sistema de seguridad se ha demostrado tristemente ineficaz. Igualmente es cierto que de cara a la imagen pública resulta más rentable inaugurar que mantener; de hecho lo primero se llama inversión y lo segundo, simplemente, gasto.
Parece cierto que, como dicen los dirigentes del Consell, el causante último de la muerte de 42 personas ha sido el fallo de una de ellas: Joaquín, valenciano de 39 años y conductor del convoy; pero también es verdad que nada impidió que el vehículo fuera a esa velocidad.
Como en otros asuntos, estas tristes circunstancias nos vuelven entendidos de las materias más inverosímiles. En este caso hemos aprendido que el insuficiente sistema de seguridad del metro valenciano es el Frenado Automático Puntual (FAP), una serie de balizas que sólo se sitúan en algunas zonas del trazado. El otro sistema, el de Protección Automática del Tren (ATP), controla la velocidad en toda la vía y garantiza que si el conductor supera la velocidad máxima el tren se detiene automáticamente.
De todo ello se concluye que en el metro valenciano la seguridad en el transcurso de algunos tramos depende de una única persona, en este caso del conductor. Pero, desde luego, de la pericia del conductor no dependía que sólo ese fuera el sistema de seguridad de un tren que contaba con más de dieciséis años de antigüedad.
Como se están imaginando, saben hacia donde me dirijo, por eso llegados a este punto parece importante recordar un aspecto fundamental: pedir responsabilidades no es buscar culpables. Hablamos de moral y no de ley. No busco culpabilizar a ningún técnico ni cargo político, en todo caso debería hacerlo la investigación judicial; pero de igual manera que se felicita a un político que, por ejemplo, impulsa el tranvía en Alicante hay que recriminar la falta de gasto en la seguridad del metro de Valencia… y eso sin meternos en que se gasta y en que no se gasta los dineros la Generalitat Valenciana, que ese es otro tema monumental.
De igual manera que hay que felicitar al PP de Madrid por mantener un envidiable sistema de metro que cuenta con ATP en absolutamente todas sus líneas, hay que recriminar que sus compañeros valencianos escondan la cabeza y torpedeen la creación de una comisión parlamentaria. También hay que recordar que cuando en el Carmel barcelonés el cielo cayó al suelo (y en este caso sin causar ninguna víctima) se sucedieron dos rápidas dimisiones políticas, las del director general de Puertos y Transportes y la del presidente de la empresa pública GISA, y aún así parecieron insuficientes, especialmente para los miembros del PP.
Es hora de que demuestren coherencia y responsabilidad, abran la puerta a las dimisiones, dispongan los eficaces remedios futuros y dejen de seguir los argumentos de elementos como Martínez Pujalte que ahora se atreven a decir que “hacer política sobre el dolor de las familias es muy triste y desproporcionado”.
07 julio 2006
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