14 abril 2006

Con orgullo, con modestia y con gratitud

El 14 de abril de 1931, España tuvo una oportunidad. La proclamación de la II República Española encarnó el sueño de un país capaz de ser mejor que sí mismo, y reunió en un solo esfuerzo a todos los españoles que aspiraban a un porvenir de democracia y de modernidad, de libertad y de justicia, de educación y de progreso, de igualdad y de derechos universales para todos sus conciudadanos.

Así comienza el manifiesto que el colectivo “Memoria del Futuro” ha redactado y distribuido por Internet. El texto, elegante y vigoroso, realiza un somero repaso por los avances que supusieron aquellos cinco años de democracia: reforma agraria, sufragio femenino, separación efectiva de poderes, constantes iniciativas en materia de educación, ciencia, cultura y asistencia sanitaria. No se trata de un candoroso retrato de la II República, sino de un inventario de caminos truncados hasta hace bien poco.

Coincide este 75 aniversario de la II República con un auge de proyectos (editoriales, audiovisuales,…) sobre memoria histórica. Hace unos meses se estrenaba “Entre el dictador y yo”, documental realizado por jóvenes que nacieron desde 1975 y cuyo punto de partida fue la pregunta: “¿Cuándo fue la primera vez que oíste hablar de Franco?”; más recientemente se ha estrenado “Sanfermines 78”, película que nos lleva al 8 de julio de 1978, en plena Transición, cuando las fiestas pamplonesas se interrumpieron tras la entrada de la policía a la plaza de toros a fin reprimir una protesta que dejó 150 heridos y la vida de Germán Rodríguez. También hace poco que se presentó “Presos del silencio”, de Mariano Agudo y Eduardo Montero, una producción que se remonta más lejos y que da voz a presos republicanos y sus familiares, rememorando el trabajo forzado al que fueron obligados para construir el Canal del Bajo Guadalquivir en Sevilla.

Estos tres documentales, aparentemente diversos, están atravesados por el hilo común que une la Guerra Civil, la Transición y la actualidad, y por la voluntad de ofrecer una visión crítica de lo sucedido. Más allá de homenajear a los vencidos, recuperando su punto de vista, llaman la atención sobre las heridas no cerradas, rescatando hechos de la memoria colectiva o personal que se tratan de relegar al olvido. Otro punto en común: sus directores pertenecen a la generación de los que eran niños cuando Franco murió o nacimos poco después.

Esta corriente en crecimiento, la recuperación de la memoria histórica, encuentra una justificación no sólo en los intereses de sus impulsores, sino en la demanda social por conocer lo sucedido desde el punto de vista de los silenciados, yendo más allá del proceso de olvido que se impuso en la Transición. Suele ser, además, una manera de recobrar parte de la ilusión que había en aquella época. Sandra Ruesga, una de las directoras de “El dictador y yo”, opinaba así en el quincenal “Diagonal”: “aún hay muchas lagunas e historias por conocer, y sobre todo por corregir, porque de muchas cosas sólo han prevalecido las ‘versiones oficiales’, y así nos va”. “Los vencidos por fin ven que pueden hablar sin miedo y que se empieza a reconocer abiertamente su lucha y su sufrimiento, después de todos estos años de haber sido silenciados”.

Sin embargo, hay quienes alertan contra algunas de estas iniciativas, que construyen un relato indulgente y amable de lo sucedido. Como advierte el escritor Isaac Rosa en “El vano ayer”, nos enfrentamos a “la corrupción de la memoria histórica mediante su definitiva sustitución por una repugnante nostalgia”. En un reciente especial de La Vanguardia sobre los 30 años de la muerte de Franco, Rosa se lamentaba de que en la actualidad está “controlada la demanda social de memoria mediante el consumo de clichés televisivos y una enorme producción editorial que satisface el interés por el pasado sin incomodar a nadie”.

De esta manera vivimos sucesivas vueltas del péndulo respecto a la labor historiográfica sobre estos periodos recientes, así la bibliografía sobre la II República ha sufrido los avatares del país en los 75 años transcurridos desde su proclamación. Con su victoria, el franquismo impuso su versión del período 1931-39, que no podía ser contestada en el interior, pero sí desde el exterior, en especial por el hispanismo anglosajón, cuyas obras de síntesis de los 60 y 70 constituyeron un revulsivo y el desarrollo de una percepción distinta, básicamente positiva, del proyecto republicano. Con la democracia se consolidó ese enfoque, aunque sólo fuera por reacción antifranquista. Desde hace una década ha surgido un “revisionismo” que atribuye el fracaso republicano a la izquierda, mientras que ésta en nombre de la “memoria histórica” se considera heredera y continuadora de los ideales progresistas de entonces.

Tres cuartos de siglo después la República, y lo que conlleva, sigue siendo en España cualquier cosa menos un asunto meramente académico. Por eso es imprescindible que se sigan publicando y divulgando estos ejercicios de historiografía y que el lector –ciudadano- forje su opinión de acuerdo al rigor que, créanselo, es posible alcanzar. Pero para ello es necesario continuar con la labor de recopilación de hechos y opiniones, de entender la posición de muchos y de definirse de igual manera que lo hacemos ante nuestro momento actual. Yo, precisamente por eso, junto a otras 15.000 personas, he firmado el manifiesto de “Memoria del Futuro” en reivindicación de esa lucha ocultada y pendiente..

1 comentario:

Anónimo dijo...
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