02 abril 2007

La obra más triste de Leo Bassi

…y Leo Bassi actuó. Después de toda la polémica previa, de presiones y apoyos, el cómico italiano cumplió contrato y ofreció su "Revelación" en la Casa de Cultura, una obra de teatro sobre la religión que consiguió completar sobradamente el aforo del Salón de Actos.

Decimos bien: "sobre la religión". Seguramente para disgusto de unos y otros lo que Bassi ofrece en esta ocasión no es un alegato deicida o inútilmente blasfemo, es una larga (quizás demasiado) conversación en primera persona sobre las dudas de un materialista que siente el miedo ante el vacío.

Comenzó el payaso ataviado de sumo pontífice y pidiendo perdón. Perdón por seguir un camino alejado a la verdadera dimensión de la fe, disculpas por el silencio cómplice ante injusticias palpables o al apoyo decidido a dictaduras represoras. Bassi, transformado en Papa, lanza un alegato "la iglesia no puede estar al lado de los ricos, los generales golpistas y los hijos de puta en general". Luego el momento más polémico: "el matrimonio es sagrado, pero la vida humana está por encima del dogma" mientras consagraba preservativos. Hasta aquí el caldo gordo para deseosos.

El cómico lanzó un prólogo a los asistentes. "La revelación" es un espectáculo que ha estado durante un año en el cartel del Teatro Alfil de Madrid, en ese tiempo se han sucedido las manifestaciones a las puertas, rezos y plegarias ante la herejía, y una bomba. Un kilogramo de explosivo ante el camerino que pudo acabar con el comediante, pero también con cualquier otro. En ese tiempo no se ha interpuesto ninguna demanda, algo que desea Bassi por encima que el responsable siga libre y dispuesto.

"Quiero ser claro con los creyentes que estén en la sala: este espectáculo está hecho para provocar, pero más importante, está concebido para hacer perder la fe a través de los argumentos". Bassi, mentía en lo segundo, era una nueva boutade que matizó debidamente: "si un payaso es capaz de hacerlo, si tienen miedo, quizás no tengan tan clara su fe".

El bufón dejó la explicación y comenzó debidamente el show, pero el tono reflexivo, para desilusión de los juerguistas, no decayó. El cómico, que no cesó de referirse al Islam y al Judaísmo, encaminó su particular lectura de las Sagradas Escrituras. El Génesis, la creación de Adán y Eva, le sirvió para denunciar el ánimo discriminador de las religiones monoteístas. El pecado original nos enseña que la mujer surge del hombre y además es mala y engañosa, indicó el cómico, pero además las tres grandes religiones proscriben la sexualidad, relegándola únicamente al ánimo procreador.

Vestido de telepredicador, a la usanza de proselitista mormón, continuó con la Biblia de una manera que yo he visto más graciosa a los alicantinos Ribonucleicos o, yéndonos más lejos, a los Monty Python de la "Vida de Brian". Todo encaminaba a un punto no tan lejano: las Luces. La pantalla del escenario mostró a los padres de la Ilustración y la sentencia (apócrifa) de Voltaire, recordada una hora antes, volvió a resonar: "no estoy de acuerdo con su opinión, pero estoy dispuesto a dar la vida para que tenga el derecho a defenderla".

Bandera yankee, discurso auténtico del presidente norteamericano: "nuestro Dios es más grande que el suyo". Estados Unidos es Lincoln, Jefferson, Washington, y también Woodstock, Warhol y la generación Beat. La luz de la democracia y los derechos humanos, que Bassi conoció bien, se ha transformado en una nación que comete el pecado divino: "somos el pueblo elegido".

Bassi lanza manzanas al público como eucaristía neocon y lanza discurso transgresor: "Jesucristo y su mensaje son revolucionarios: Es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos que un camello pase por el ojo de una aguja". Jesucristo, siguió el cómico, fue un rabino judío que hablaba de cosas importantes y se situó fuera de la religión establecida. Aquí, como ya había hecho antes, Bassi defendió un cristianismo diferente con denominación clara: la Teología de la Liberación.

Una religión sin milagros, sin parafernalia, sin iconos, aquella de los tres primeros siglos de cristianismo hasta que fue adoptada por el Imperio Romano. Y luego las Obras, como Lutero: "para qué la vida eterna si no vivimos convenientemente la presente". No hay milagros divinos, sino el milagro del esfuerzo y el amor.

Aquí Bassi llega a su revelación. El cómico, que ya llevaba una hora larga en el escenario, se sincera todavía más: soy laico, ateo, y materialista… y siento que mucho me falta. "Coincido con los que se oponen a esta obra en que este mundo anda falto de valores, otra cosa es que deban ser los suyos". El actor lo dijo bien: tengo claro que no quiero renunciar a la Ilustración, a Spinoza ni a Diderot, pero necesito la espiritualidad, especialmente aquella que me liga a la Naturaleza, por eso mi religión sería la que aúna la Razón con la Ecología pero, sobre todo, también la que permita la comicidad. Mi filosofía pasa por la risa.

Llegaron entonces los momentos más plásticos, aquellos que denotan al Bassi circense, bufón itinerante de larga estirpe, y que no ocultaron un final contradictorio, inconcluso, algo que defendió encendidamente: "como payaso me siento mejor con lo imperfecto, lo perfecto es inmutable y tengo miedo a aquello que nunca puede cambiar". El laicismo no da respuesta a las grandes preguntas, "pero no deseo entrar en el misterio, prefiero que se mantenga velado".

Concluyó así un espectáculo atípico en Leo Bassi, mucho más hilarante cuando profundiza en la crítica social y la pantomima propia. Bassi mantuvo la denuncia social que tanto nos gustó en otras obras, pero en este caso lo representado se tornó triste, tanto por tener que hacer de algo tan sencillo un reivindicación y, sobre todo, porque el debate propuesto resultó mucho más pobre por no estar presentes todos aquellos que no quisieron asistir (incluso que en algunos casos, pocos, trataron de que nadie estuviéramos allí) y que seguramente hubiesen propuesto posibles respuestas a tan amargas preguntas.

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