02 febrero 2006

Operación de salvamento

Al meu país la pluja no sap ploure:
o plou poc o plou massa;
si plou poc és la sequera,
si plou massa és un desastre.

Raimon


Verónica Mateo, la profesora de Archivística, nos lo dejó bien claro: un archivo nunca debe estar en un sótano. Así lo tengo escrito en los apuntes: era el primer día que nos impartía su asignatura, pero también el primero de nuestra carrera. Primera clase de 1º de Historia.

Sólo dos días después de aquella presentación, el 30 de septiembre, Alicante sufrió un nuevo episodio de gota fría: cuatro personas murieron en la capital y en la universidad nos quedamos miles de estudiantes calados hasta el tuétano esperando los autobuses. El de la CoBSE, afortunadamente, consiguió llegar a tiempo para rescatarnos de la inundación.

Aquel año, 1997, la Universidad de Alicante acababa de inaugurar su Biblioteca General, un edificio bonito, grande, algo falto de material y con un histórico archivo... situado en el sótano. Después del aguacero un coche apareció empotrado en su fachada y los documentos flotando como barquitos en el agua parduzca. El barrizal guardaba multitud de expedientes académicos, currículos, documentos fundacionales, calificaciones, títulos, colecciones de libros de los siglos XVIII y XIX, todo el fondo moderno de publicaciones y hasta los contratos del personal de administración y servicios.

Se trataba de un total de 8.000 legajos (unos 4 millones de folios) que, a partir de ese momento, los bisoños estudiantes de Historia nos encargamos de rescatar. La profesora había llegado a una ingeniosa solución: los alumnos conseguíamos subir puntos gracias a las prácticas en el archivo y la UA se beneficiaba de un entregado ejército de salvamento.

Vaya si aprendimos: nos enseñamos a expurgar documentos, a discriminar entre fundamentales y prescindibles, a utilizar materiales caseros para sofisticadas tareas y a que nunca, nunca, nunca, hay que situar un archivo en un sótano. Sin embargo, la dificultad del trabajo creció con el tiempo. En una primera fase bastaba con secar los documentos en improvisados tendederos, plancharlos y someterlos a los procesos de limpieza, desinfección y tratamiento contra la micosis para evitar la aparición de hongos. Pero después los amontonados legajos se secaron y el papel se apelmazó en bloques compactos. Así que todo se tuvo que hacer por prioridades: lo más urgente fue recuperar la documentación más antigua, aquella perteneciente al fondo histórico de la Escuela de Comercio.

Por cierto, gracias a esta aventura de salvamento conocimos uno de los placeres del historiador: el voyerismo de la investigación. A mi me tocó ocuparme de las reclamaciones de selectividad de los aspirantes a universitarios y más de una tarde tuve que recordarme a mí mismo que no estaba allí sólo para leer, sino para tratar de preservar aquello. Todavía recuerdo algunas de aquellas reclamaciones y cómo evolucionaban las peticiones con el paso de los años.


Si me acuerdo hoy de todo esto se debe a la información y las fotos que he leído hoy en Villena.net: libros y documentos de la Fundación José María Soler se han visto afectados por la rotura de una tubería helada tras las bajas temperaturas del pasado fin de semana.

La Concejalía de Cultura y el Patronato de la Fundación han actuado rápida y eficazmente: han puesto a secar los libros y están aplicando los métodos de conservación pertinentes. Leo que en ello se está empleando a fondo el personal de la Biblioteca y el Archivo y que se bastan para la tarea, pero si acaso se ven apurados, que no duden en llamar a la Universidad de Alicante: algunos todavía nos acordamos de cómo se hacía aquello.

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