Con un apellido que parece una onomatopeya, lógico que los hermanos Jashgawronsky se dediquen a crear música con instrumentos inverosímiles. Además lo hacen con humor sano y resultón, consiguiendo que los presentes pasáramos un buen rato el viernes por la noche.
“Broom, brush, crash” es el último espectáculo de estos artistas armenios que mezclan sus funciones de luthiers del reciclaje —utilizando todo tipo de objetos que van desde vajillas, escobas y envases de plásticos, a bolsas de patatas fritas—, con la de maestros de la pantomima y el humor gestual.
Es afán suyo hacerse con el público desde el primer momento, por eso no resultan extrañas las continuas visitas al patio de butacas o el ánimo a que los espectadores participen. Si además se encuentran con un público escaso, como sucedió el viernes, demuestran la profesionalidad y ganas de hacerlo pasar bien que esta familia de cómicos parece llevar en los genes.
El espectáculo fue creciendo en ritmo y diversión, llegando a momentos realmente hilarantes y utilizando para su música cualquier cosa que pueda producir sonido. Incluso se permitieron hacer sonar a la Casa de Cultura: sus columnas, suelo y paredes también son capaces de marcar el ritmo.
No tiene ninguna importancia que algunas de las partes se explicaran en inglés: se entendió todo y, más que nada, el lenguaje de los Jashgawronsky es el de los juegos vocales y la mímica. De hecho los papeles entre los tres hermanos están perfectamente repartidos y responden a las personalidades típicas del clown: un hermano es el aplicado, perfecto percusionista pero algo tonto; otro es el expansivo, el físicamente más poderoso pero por eso mismo el que más gracia causa y, finalmente, el hermano mayor es el serio y respetable: el objetivo propicio para las mejores bromas.
El repertorio musical de “Broom, brush, crash” repasó conocidas melodías provenientes del rock y la canción popular, además de piezas clásicas de Mozart, Rossini y Verdi. Con ello se consiguieron continuos cambios de ritmo y registro en un espectáculo muy divertido, de esos que reciben el epígrafe de “medio formato” y que redescubren el placer del espectáculo cercano y sincero, complementario de los montajes ampulosos, y que inexplicablemente no tiene mayor repercusión entre el público villenense.
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