Dagoll Dagom cumple en los escenarios treinta temporadas dedicándose casi en exclusiva al teatro musical, aún cuando no estaba de moda. “El Mikado”, dos décadas después, ha vuelto con la renovada perfección de la compañía catalana.
Dagoll Dagom carga en su trayectoria con más de quince montajesteatro popular de calidad. Por eso no resulta extraño que la revisión de una obra que ya abordaron en los ochenta se salde con un ejemplar trabajo escénico.
“El Mikado” es una opereta cómica en dos actos con libreto y música de los ingleses Gilbert y Sullivan, correspondiendo a Xavier Bru de Sala la traducción que vimos el sábado. Aún a pesar de estar fechada en ¡1885! y situarse en el lejano Japón pre-industrial, lo cierto es que su lectura no puede ser más cercana y contemporánea. La historia de un regente inflexible, dictador de leyes que entorpecen las delicias orientales, se convierte así en una parábola que hablando de otro lugar y otro tiempo nos dice cosas presentes sobre el poder, la corrupción, las apariencias o la relación entre sexos.
Es más, la revisión que Dagoll Dagom ha hecho de su montaje de 1986 se ha redondeado en detalles y soluciones escénicas, al tiempo que atina de nuevo en todo el elenco. La puesta en escena de la obra contó con excelentes voces, preciosidad en la música y un vestuarioescenografía minimalista, como requiere toda recreación de oriente y que, además, respetaba el enorme trabajo de los actores/cantantes.
Es aquí donde debemos detenernos y hacer mención a esos formidables actuantes capaces de cantar, bailar y hacer reír durante cerca de dos horas y media. En particular hay que reseñar a Josep Maria Gimeno, presente en casi toda la obra gracias a su papel de Ko-ko, que a través de su interpretación demuestra su dominio de la comicidad, el canto y la parodia. También soberbios estuvieron Àlex Esteve, nada menos que como Mikado, y Meritxell Coma, Katisha, quien proporcionó una extraordinaria romanza, introducida jocosamente, que desató los aplausos del público del Chapí. Pero no haremos bien resaltando sólo a los protagonistas si no recordamos al tiempo que todos, absolutamente todos, los integrantes del largo elenco (incluidos los “personajes negros”) estuvieron a gran nivel.
Por ello también es ineludible señalar la atinada dirección de Joan Lluís Bozzo como capitán de la nave. En particular es admirable por ese resultado fino, muy sutil, que permite ofrecer una obra compleja, proporcionadora de diferentes lecturas, pero siempre con un tono desenfadado tan difícil de conseguir.
Es cierto que no hubo larga ovación final, no por falta de alicientes, y quizás pesó en ello la duración de la obra, la utilización de música enlatada, la ayuda de microfonía (posiblemente prescindible) y, por qué no decirlo, la decisión de primar la musicalidad sobre la comedia: sigue habiendo mucha gente que al teatro sólo va a reírse. —y alguna incursión televisiva— normalmente vinculados al teatro musical, aún con algunos cortos paseos por el teatro de textos. Es, en suma, un sólido ejemplo de cómo hacer completos espectáculos consiguiendo con ello ser un referente y garantía de majestuoso, todo ello perfectamente compensado por una
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