15 enero 2007

La crisis (teatral) de los cuarenta

Baraka! pertenece a ese subgénero que transita entre la dulzura y el agrio de la comedia dramática. También se puede incluir en el apartado que narra reencuentros de amigos: esa circunstancia propicia para el repaso de sueños y tiempos pasados, al ritmo que se desenmascaran tantas diferencias surgidas en la distancia.

El guión de Maria Goos, tan interesado en hallar lugares comunes, nos recuerda que casi nadie llega a ser en los cuarenta lo que pretendía a los veinte. Cuatro hombres, amigos inseparables hace dos décadas, coinciden en un espacio diáfano y amplio: el apartamento de Pieter (Juan Fernández). Allí iremos conociendo que cada uno se siente afectado por problemas diferentes pero que tienen el común denominador del enfrentamiento entre la esfera de lo público y lo privado, es decir, la diferencia entre la ética personal y la estética del éxito social.

Se busca así la identificación con las tribulaciones de un político arribista pero de vida conyugal desastrosa (Toni Cantó), un cultureta gay y corrupto (Juan Férnández), un abogado tarambana y toxicómano (Juan Carlos Martín) y un autor teatral actual y moderno (Marcial Álvarez), lanzado a las innovaciones escénicas que no cubren la vergüenza de estar creando cosas sin sentido alguno. Una burla, en definitiva, de la vacuidad y la estrechez espiritual en la política, las artes plásticas, el funcionariado y el teatro.

Nos encontramos así con personajes prototípicos, modelos de conductas pretendidamente reales, que perecen reconocibles pero también lejanos. No ayuda tampoco a la identificación plena esa manía, que no se sabe muy bien a qué objetivo pretende, de trasladar texto y situación, pero no nombres o ambientación. En este mundo globalizado, parece no tener sentido que se traduzca del holandés todo el libreto menos el nombre y ciudad de los protagonistas.

Por otro lado también es cierto que ante este tipo de producciones al teatro se acude algo temeroso por el regusto a producto comercial que tienen las obras con el reclamo de ganchos televisivos, algo que no desaparece del todo en este Baraka!, que si bien no se hace fatigoso en las dos horas que dura, lo cierto es que los actores no terminan de ayudarse mutuamente, con la magnífica excepción de la escena y coreografía en la que aparece Sonia Ofelia Santos.

La intención de acercar esta historia a algo parecido a un canto generacional se completa con una banda sonora referida al rock y el pop de los ochenta, con mención a los Blues Brothers, Rod Steward y Madness (“It must be love” y “Our house”). Algo, insisto, que podría también haberse hecho recurriendo a claves más cercanas.

Eso sí, las entradas y salidas de escena marcan bien el tiempo, de manera que el desarrollo de esta historia sobre la traición de la amistad y la necesidad de calor y seguridad en las relaciones personales (al tiempo que no hacemos muchos esfuerzos por sostenerlas) se hace comedido y certero. Es, en definitiva, un montaje correcto, quizás demasiado correcto, destinado a triunfar en muchos escenarios, tal y como sucedió este sábado en el abarrotado Teatro Chapí.


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Los amigos de Peter (Kenneth Branagh – 1992)
Reencuentro (Laurence Kasdan – 1983)

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